El presente texto se publicó como prólogo al poemario Seno (Córdoba, Editorial Cántico, 2020), de Juan José Ruiz Bellido
La cabeza,
del albo cuello de marfil segada,
iba arrastrada entre las turbias ondas,
y la gélida lengua en voz muriente
«¡Eurídice! —llamaba—. ¡Ay triste Eurídice!».
Y «¡Eurídice!» los ecos de las márgenes,
voz del alma sin vida, repetían.
Virgilio (Geórgicas IV 523-527*)
Primera idea
Antes de imaginar a Orfeo acallando el infierno con su lira, Virgilio nos lo presenta cantándole a Eurídice (Geórg. IV 464-466). Ella ya ha muerto, envenenada por un hidro que pisó cuando huía de Aristeo, el violador, pero el poeta le canta a pesar de la muerte, tal y como se canta a los enfermos para aliviar la pena, o a los niños que no logran dormir.
Este cuidado post-mortem, fácilmente legible como una compensación del cariño truncado, representa el origen de su viaje a los infiernos, y está presente en Ovidio también cuando Orfeo, exponiendo su situación a los dioses del inframundo, admite haber tratado de aceptar la pérdida, a pesar de lo cual «ha vencido el Amor» (Met. X 25 ).
Es esa misma victoria del amor —y de la vida— la que se guarda detrás de este Seno, un libro aguerrido y lingüísticamente desbordante, en el que el movimiento natural de la palabra se asemeja al de un gran corazón (con su sístole, su diástole y un humano periplo en la caja torácica), o al de un repetido viaje de descensos y ascensos.
Segunda idea
En la búsqueda órfica, aquello a por lo que se había descendido, tan pronto como se alcanza el punto de partida, se vuelve a perder, y no queda otra opción que reemprender el camino —como el propio Orfeo hace en Ovidio después de su muerte (Met. XI 61-65)— con la esperanza de que tarde o temprano se produzca el hallazgo duradero y el infierno se invierta en paraíso final.
Este poemario representa esa búsqueda en cada uno de sus textos, como también en su estructura: un descenso al abismo del lenguaje cuyo fruto y retorno se celebran y extinguen por sí mismos.
Ese y no otro es el sentido de una división que lo asemeja a una moneda, un objeto bifronte con anverso y reverso, exergo, orla y listel, cada uno de ellos un enigma y una pista; pero también con una parte central —un interior, un «seno»— que sorprende al lector, obnubilado por lo extraño del conjunto igual que el niño que encontrase un antiguo denario en el campo en que juega.
Tercera idea
Así la parte inaccesible en la moneda se vuelve accesible.
Lo que en el interior de la moneda hay, lo que se encuentra una vez se han pasado el exergo, el anverso y la orla, es el cuidado: el acompañamiento de la vida en sus instantes cruciales, atravesado intensamente de sorpresa y emoción.
En el momento más difícil, pero también el más feliz —una vez recorridos los caminos del amor; ya tocada la tierra de su propio inframundo— Juan José Ruiz Bellido halla el cuerpo en estado germinal. Una promesa física que trasciende el lenguaje.
La llegada a este espacio interior, sin embargo, no se produce de manera gradual. Uno va recorriendo la extensión del anverso, y en ella da primero con la gran revelación deconstruida del «San Juan en Patmos», con la estética de trampas barrocas de la «Ciudad eterna» y el «Emblema», con la política después en «Leviatán», todo representado con la lógica simbólica de la numismática.
El infierno se alcanza por último en el límite de la extensión, la orla, y nuestra estancia allí es breve. Casi con la misma rapidez con que llegamos se nos aparta de él, y entonces, bruscamente, se nos confronta con la revelación verdadera. No una visión de la revelación, como la que veíamos en el «San Juan en Patmos», donde la voz poética sobrevolaba la pintura del Bosco y, como ya se ha dicho, la deconstruía, sino una visión material, de una certeza hipnótica e innegable.
Por eso Ruiz Bellido no la canta como Orfeo cantaba a su Eurídice muerta en Virgilio —la rotunda verdad de la carne y su contemplación no lo permitirían—, sino como lo hizo después: para paralizar los reinos de la muerte (Geórg. IV 481-484).
Así cantan los padres a sus hijos nonatos.
Así les forman un futuro con la voz.
Cuarta idea
Hasta el momento de este hallazgo crucial, como ya he sugerido, nos habíamos encontrado solo con fantasmas. Éramos ese niño que en los campos de Lebrija o Valencina encuentra una moneda por azar, una moneda vieja pero clara, cuyas caras sorprenden y se reconocen a pesar de los siglos.
Quinta idea
Fantasma y fantasía comparten raíz. Ambas remontan hasta al término griego φαίνω (phaínoo), ‘aparecer, mostrarse’. Lo que Juan José Ruiz Bellido despliega ante nosotros antes de llegar al «Seno» es justamente fantasía en primitiva acepción, un repertorio vasto de fantasmas que acceden a lo visible (o lo audible) a través de los textos. Así nos lo hace saber en el «Exergo», descrito por el propio poeta como una conjura.
Los fantasmas que siguen al «Seno», sin embargo, aparecen de algún modo atados a la carne. Leer el «Reverso» —precedido por la grisalla del Bosco que le sirve al «San Juan en Patmos» de espaldar— es como presenciar un repliegue de espectros, un torbellino cuyo centro hueco es el pelícano que se arranca la carne para alimentar al hijo. Ya no es el canto el que protege la vida ahuyentando la muerte; el momento del canto pasó, y ahora el presente impone sus demandas.
Mientras se cuida al hijo los fantasmas vuelven al redil. Un rebaño de espectros gira en torno a una llama, como las imágenes de la Pasión de Cristo en la grisalla del Bosco. La sustancia de las palabras desafallece también, quizá porque las palabras son también fantasmas a su modo, imago, imagen. Por eso cuando se dice «tengo sed» el poeta se pregunta si «lo ha dicho Juan o ha sido Orfeo», por eso San Juan devora el libro y se funde con el relato del Apocalipsis.
Sexta idea
El «Exergo» tiene como gemelo al «Listel». El poema primero y el último se unen por el espacio que sucede a la lectura.
Los dos parten de la famosa cita de la Olímpica I de Píndaro, «ἄριστον μὲν ὕδωρ», y de las posibilidades de su traducción, concretas en el «Exergo» («“Mejor el agua”; “Lo mejor, el agua”; “El agua es mejor”; “Lo mejor es el agua”; “Nada hay mejor que el agua”; “El agua es bien precioso”; “Water is best”») y abiertas en el «Listel», donde se dice que «se ha abierto un horizonte de traducibilidad».
Lo que el poeta nos dice es que ha acabado el ejercicio. El rebaño de fantasmas se ha aquietado y ya no oímos al poeta cantar. El lugar para el canto está vacío, y por lo tanto ahora es accesible.
Séptima idea
Toda profundidad en este libro está negada. La palabra se opera en extensión.
Una reflexión final
¿A quién se parece Juan José Ruiz Bellido? ¿Con quién podría conectársele? ¿Hay quien escriba como él?
Lector original de los griegos y de los latinos, de la gran mística europea, del Barroco español, de los románticos alemanes e ingleses, de Zambrano y de Heidegger, de los cubanos de Orígenes —Lezama Lima, Piñera, Eliseo Diego—, de Allen Ginsberg, de Anne Carson y de Raúl Zurita, Ruiz Bellido trata de imbricarlo todo en la contemporaneidad del texto, y al hacerlo suscita una imponente floración de palabras e imágenes.
En este sentido no está solo, y la demostración está en la serie de artículos que él mismo ha ido publicando en la revista Poscultura desde mediados de 2019. Estos nos dan las claves para hallar a los autores que, ya sea por su trabajo sobre los imaginarios y los temas o por la deriva de sus intereses, convergen con él: Ángela Segovia por sus originales tratamientos del lenguaje, Rodrigo García Marina por su concepción de lo sublime y el carácter hímnico (y meta-hímnico) de muchos de sus textos, Ángelo Néstore, Mónica Ojeda, María Martínez Bautista, María Sánchez y Luna Miguel por sus imaginarios en torno a la corporeidad, así como mi hermano Enrique Fuenteblanca por la continua surgencia de la política y de la filosofía, entre otros.
Seno es el primer poemario de su autor, que cuenta en el momento de su publicación con veintisiete años. Se publica en el año en que, a mi juicio, la poesía de nuestra generación alcanza una primera madurez.
Lo que el futuro guarde está encriptado.
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* Trad. Aurelio Espinosa Pólit (Obras completas, Madrid, Cátedra, 2003, pág. 327).
** Trad. Consuelo Álvarez y Rosa M.ª Iglesias (Metamorfosis, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 554).