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Las superficies arden a kilómetros de mí; hoy duermo en el oscuro centro de este otoño. Nada puede cambiar el corazón de la Europa que andaba con dos piedras; volvemos a elevar las barricadas, aunque esta vez lo hacemos con los torsos de los otros, con las manos más ciegas y más dulces.
Te has marchado.
Eras hermosa y alta como un manifiesto, tenías la piel ajada de banderas y las ojeras negras de formol; cuando te hacía el amor hundías las rodillas en la tierra. Por lo que a mí respecta, sigo aquí. No estoy obsesionado por vivir, pero sigo a la vida a todas partes. Recuerdo aún la miel sobre tus párpados.
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Texto: Juan F. Rivero.
Fotografía: João Pedro Pinto.
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