Philip Levine: Antes de que anochezca (Out by dark)

OUT BY DARK

If you take the two-lane highway from Tetuan to Fez
you’ll come to a crossroad near the halfway mark
where the signs are in Arabic and the numbers
have disappeared. If a man with a shepherd’s crook
squats under a cedar tree and spits out the shells
of sunflower seeds, you have come to the rigth place.
Go down on your knees until you feel the cold rising
slowly through your thighs to settle in your hips.
The sunlight burns along the nape of your neck
urging your head downward and forward until you’ve
assumed the posture of a prayer. It’s an hour past noon
early in the year, and already the shadows darken
in the yellow grass and fill the canyons carved
by truck tires. You’re too tired. You drove
all night through the sleeping Roman towns, Tarragona,
Alicante, the white village of Lorca, where the bread
tasted of nickel and phosphate. You slept outside
a cave with painted eyes and spoke only to yourself,
you crossed the straits, your face into the wind;
the salt water filling your ears like so much music
beaten out on a wet rock. The truth is you don’t
want the truth at all. Listen at last in silence
to someone who is not wise, ´to someone
more lost than you: Under a leaking, pewter sky
in the mountain town of Moulay Idriss, I stopped
a tall stranger robed in the ragged cloak Esau
fled God in and asked where I might buy a bottle
of rain water or red wine. He nodded slowly.
“This is a holy city,” he said. We stood face to face
on the single mud street that vanished ahead among
seven brown earthen shacks, each with a door closed
on the screeching of black birds. “So?” I said.
“So”, he said in perfect English, “If you’re not
out of here by dark I’ll cut your throat,” and he
smiled as he drew the wound across the small space
that separated us. So, I ritched a ride to Ceuta
with a German couple who dealt in rare pollens
that singed my nostrills. Near the parched beaches
of the Passaic I took up electronics and made my peace
with obsolescence. If you can’t hear me at least
listen to the earth’s prayer that gives off the perfume
of birth and worms or the psalms of dark wet wings.
Those are the magpies. They’re settling around you
pretending there are grains of wheat in the pig grass,
seeds in the weed thick mounds, pretending they came
of their own accord or because they were curious,
pretending the rain keeps its promises. By half-past
seven tonight the world you lost will be one darkness,
a feather of velvet closed down, an eyelid of magpie.

ANTES DE QUE ANOCHEZCA

Si coges la autovía de Tetuán a Fez,
cerca de la mitad del recorrido alcanzarás un cruce
donde los letreros están en árabe y los números
han desaparecido. Si un hombre con un cayado de pastor
se agacha bajo un cedro y escupe cáscaras
de pipas de girasol es que has venido al lugar indicado.
Arrodíllate y espera a sentir el frío levantándose
despacio entre tus muslos, para asentarse en la cadera.
La luz del sol te arde a lo largo la nuca
e incita tu cabeza a desplazarse hacia adelante y hacia atrás,
hasta que has adoptado la postura del que reza. El año todavía es joven,
ha pasado una hora desde el mediodía y las sombras ya negrean
en la yerba amarilla y llenan los surcos escarbados
por los neumáticos de las camionetas. Estás muy cansado. Condujiste
toda la noche entre las dormidas villas romanas de Tarragona
y Alicante, del pueblo blanco de Lorca, en donde el pan
sabía a níquel y a fosfato. Dormiste junto
a una cueva con ojos pintados y conversaste solo para ti,
atravesaste los cañones con el rostro al viento,
con el agua salada colmando tus orejas como un chorro de música
batiendo sobre roca húmeda. La verdad es que tú no
buscas la verdad, en absoluto. Calla y escucha finalmente
a alguien que no es sabio, a alguien
más perdido que tú: bajo un cielo de peltre lluvioso,
en el pueblo de montaña de Mulay Idrís, detuve
a un extraño alto y envuelto en la capa raída con que Esaú
huyó de Dios, y le pregunté dónde podía comprar una botella
de agua de lluvia o vino tinto. Él negó con la cabeza lentamente, y dijo:
“Esta es una ciudad sagrada”. Los dos permanecimos cara a cara
en aquella solitaria calle de barro que se desperdigaba en siete
chozas de arcilla marrón, cada una con su puerta cerrada
al rechinar de los pájaros negros. “¿Y?”, dije.
“Y,” me respondió con un inglés perfecto, “si no te has marchado
antes de que anochezca, te cortaré el pescuezo,” y luego
sonrió trazando una herida sobre el escaso espacio
que nos separaba. Así que hice autostop hasta Ceuta
con una pareja alemana que comerciaba con un extraño polen
que me quemaba la nariz. Cerca de las playas secas
de Passaic, me dediqué a la electrónica y me labré una paz
de obsolescencia. Si no puedes oírme escucha
al menos a quien reza en la tierra, a aquel del cual brota el perfume
del nacimiento y los gusanos, o a los salmos de alas oscurecidas y húmedas
de las urracas. Ellas se instalan a tu alrededor
fingiendo encontrar granos de trigo entre los espinillos,
semillas en los espesos montículos de yerba, fingiendo que vinieron
por su cuenta o porque sintieron la curiosidad,
fingiendo que la lluvia mantiene sus promesas. A las siete
y media, esta noche, el mundo que perdiste será una sola oscuridad,
una pluma de terciopelo cerrado, un párpado de urraca.

Extraído de The Simple Truth (1995).
Traducción de Juan Fernández Rivero,
publicada por primera vez en Cuaderno de Creación (Número 16). 
Fotografía de portada: Sally Mann.

Amor contra pandemia

The features in their private dark / are formed of flesh,
but let the false day come…

Dylan Thomas

      Acabas de actuar. En una mesa,
a no mucha distancia de mi cuerpo,
conversas con el resto del reparto
y cambias opiniones con
el escritor —aquí habría que llamarlo
dramaturgo. Yo me mantengo
al margen, guardo
mi imagen de profeta
en la chamarra, espero
a que disuelva el giro estos instantes
tal y como ha disuelto, de improviso,
ese otro cuerpo que antes ocupabas.
NNDespués pasan las horas. Apareces
llorando a solas dentro de la cama;
me preguntas
cómo es posible que una puerta abierta
cierre a la vez el paso a dos andenes.
Más tarde, ya en silencio, contemplamos
cómo una luz aguda y conocida,
condensando las cosas, una a una,
amor contra pandemia, hacia su nombre,
se instala en un jirón de la pared
y da lugar a un cuarto, tres manoplas,
un edredón, dos lámparas y un gato.
NNQuisiera ser capaz
de reiniciar el juego;
volver adonde se hizo el último
guardado; almacenar,
en la memoria externa que me diste,
algunos datos antes de borrar
el disco duro y de arrojarme al Sena
(I’ll die in Paris, on a rainy day,
perhaps one Thursday, as today, in autumn…).
Tú acabas de dormirte y yo, sin ti,
observo el envés negro de mis párpados.
Muy lentamente empiezo a naufragar.
NNNo me oye nadie.

(C) Juan Fernández Rivero. 
Fotografía: Man Ray. 
Publicado originalmente en Palpitatio Lauri: http://www.palpitatiolauri.com/juan-fernaacutendez-rivero.html

Nos vamos de viaje (Alzhéimer)

NN Nos vamos de viaje
y quiero que tú cuides de mis flores
y mis gatos.
Nos vamos de viaje…
Espero que mis llaves
les sirvan a tus puertas; las palabras
resultan a menudo algo indigestas,
pero acostumbrarás
tu cuerpo a lo que llegue.
 NN¿Querrás regar mis plantas?
Hay una cajetilla
oculta bajo un mueble,
contiene algunos versos de recambio
por si se va el fusible
y buscas medio ciega una respuesta.
NN Yo quiero que te encargues de mis manos
y mis ojos.
Nos vamos de viaje…
¿Los cuidarás tú sola?
No olvides cada día
el acto de regar, regar mi cuerpo
(adonde yo me voy no hay agua,
adonde yo me voy no puedo).
NN Te dejo mis sentidos y mis nervios,
por si los necesitas.
Hay una cajetilla
bajo un mueble:
contiene algunos versos de recambio.

(C) Juan Fernández Rivero.
Originalmente publicado en la revista Aurora Boreal (2013).