Las hogueras azules

Amigas y amigos:

Hace ahora poco más de un mes, el pasado día 9 de julio, organizábamos la primera lectura y firma de ejemplares de Las hogueras azules en Nakama Lib. Solo unos días después, el lunes 13, el poemario salía oficialmente a la venta e iniciaba un recorrido que desde entonces no ha dejado de darme alegrías.

Y es que, en su primer mes de vida fuera del vientre de la editorial, Las hogueras azules han motivado ya entrevistas en medios tan interesantes como The Objective, Zenda, El Ojo Crítico de Radio Nacional y El Diario de Sevilla, y también artículos y reseñas en publicaciones especializadas como Poscultura, Libros y Literatura Las librerías recomiendan, entre otros.

Pero sin duda lo más emocionante está siendo recibir a diario vuestras muchas impresiones e ideas sobre el libro, vuestras fotografías con él, vuestras lecturas de poemas e incluso vuestras traducciones, todo ello muestra del cariño y la ilusión con los que estáis recibiendo este nuevo poemario, mi primero con Candaya y fin de todo un ciclo de estudio y trabajo poéticos.

No puedo estar, en fin, más contento con todo lo que está surgiendo alrededor de Las hogueras, y por ello he querido redactar este pequeño mensaje de agradecimiento para todas vosotras, lectoras y lectores, para todos los periodistas que se están interesado en el libro y para el maravilloso equipo de Candaya, sin cuyo cariño y consejo nada de esto habría podido ser.

¡Gracias!

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Con el libro —y con mi jinbei— en el patio de casa de mis padres, en Sevilla.

 

Por desdorar el oro

Al cabo de la llave está el metal en que aprendiéramos a desdorar el oro.

César Vallejo

Ahora que el invierno está alcanzando su profundidad más íntima, vuelvo a pensar en César con su traje oscuro. Está sentado en un banco de madera, ensimismado, disfrutando en silencio del sol que baña tibiamente la ciudad de Niza mientras alguien, Georgette, quizás, se retira unos pasos antes de tomarle una fotografía. Fue la propia Georgette la que le dio, apenas ocho años después, la fosa humilde que guardaba para sí en el cementerio de Montrouge. Él se murió de hambre y de cansancio en un París cualquiera en que llovía la fiebre. Había sido un ferviente comunista; siempre pobre, siempre consciente de su origen arraigado en el pequeño pueblo de Santiago de Chuco. Fue nieto de indígenas y amigo de mineros, encarcelado injustamente, cultísimo y constante defensor de la República Española; cuando estalló la guerra nos escribió el poema más hermoso que se nos ha escrito jamás.

Pienso en Vallejo —en César— porque reclamo su figura para mí, no de un modo excluyente sino a modo de maestro extemporal, continuado; porque es uno de esos escritores que pueden releerse una y otra vez, en momentos terribles y magníficos; porque sufría, como el sol, una herida de luz sonora y fértil.

Pienso en Vallejo, en fin, porque lo hago siempre que me atrevo a dar un paso fuera de mi espacio de confort. Mañana me marcho al extranjero, por lo que estaré lejos de aquí durante algunos días. Prometo ser igual de críptico cuando regrese.

Juan

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