Estará vacío este lugar…
Evdokia Lopujina
Y los desiertos de las plazas mudas
donde ejecutaban a los hombres antes del amanecer.
Annensky
Te amo, creación de Pedro.
Pushkin.
A mi ciudad.
NNNoche blanca del 24 de junio de 1942. La ciudad está en ruinas. Desde El Puerto hasta Smolny se ve todo como en la palma de la mano. En algunas partes están acabando de arder hogueras viejas. En el Jardín de Sheremetiev los tilos están en flor y canta un ruiseñor. La ventana del tercer piso (ante la cual hay un arce mutilado) está rota, y tras ella se abre un negro vacío. En dirección de Krondstadt retumba la artillería pesada. Pero todo lo demás está en silencio. La voz del autor, que está a siete mil kilómetros, dice:
Así bajo el techo de la Casa de Las Fuentes
donde ronda la languidez vespertina,
con una linterna y un manojo de llaves,
estuve llamando al eco lejano,
turbando con risa inoportuna
el profundo sueño de las cosas,
donde, testigo de todo en el mundo,
a la salida y la puesta del sol
por la ventana mira el viejo arce
y, previendo nuestra separación,
me tiende su reseca mano negra
como si pidiera ayuda.
Y una estrella se asomaba
a mi casa aún no abandonada
esperando la señal convenida…
Es por allí, cerca de Tobruk,
es por aquí, detrás de la esquina.
(Tú, que no eres ni el primero ni el último,
oscuro oyente de claros desvaríos,
¿qué venganza me preparas?
No la beberás, solo la apurarás,
la amargura esta que viene de lo hondo:
la noticia de nuestra separación.
No me pongas la mano en la frente,
que el tiempo se detenga para siempre
en el reloj dado por ti.
No sabrá evitarnos la desgracia,
y ya no sonará el canto del cuco
en nuestros bosques quemados…)
……………………………………………
Y al no convertirte en mi tumba,
tú, de granito, terrible, amado
te has vuelto mortecino y pálido y callado.
Nuestra separación es aparente:
soy para siempre de ti inseparable,
mi sombra está en tus paredes,
mi reflejo en tus canales,
el ruido de mis pasos, en las salas del Ermitage,
que recorrió a mi lado mi amigo,
y en el viejo Campo del Lobo,
donde puedo llorar libremente
en el silencio de las fosas comunes.
Todo lo dicho en la primera parte
del amor, la traición y la pasión,
el verso libre lo ha soltado de sus alas
y «cosida» se yergue mi ciudad…
Son pesadas las losas sepulcrales
en tus ojos insomnes.
Me parecía que me perseguías,
tú, que habías quedado para morir
en el brillo de las agujas y el reflejo del agua.
No pudiste esperar a las deseadas mensajeras…
Y la alegre palabra «en casa»
no la conoce nadie ahora,
todos miran por una ventana ajena.
Unos en Tashkent, otros en Nueva York,
y el aire del exilio es amargo
como el vino envenenado.
Todos podríais admirarme
cuando en la tripa de un pez volador
esquivaba la feroz persecución,
y sobre un bosque lleno de enemigos
como aquella poseída por el demonio
volaba como al Brocken nocturno.
Y ya directamente ante mis ojos
se helaba el Kama, se quedaba inmóvil,
y alguien decía «¿Quo vadis?»,
mas sin dejar que movieran los labios,
con sus túneles y puentes
retumbaron los locos Urales.
Y se me abrió aquel camino
por el cual se había ido tanto,
por el cual al hijo se llevaron,
y fue largo el viaje funerario
en medio del silencio cristalino,
solemne de las tierras Siberianas.
Dejando atrás un mundo hecho cenizas,
poseída de un miedo mortal
y segura de vengarse un día,
los ojos secos clavados en el suelo,
retorciéndose las manos doloridas,
Rusia, ante mí, hacia el Este avanzaba.
Terminado en Tashkent
el 18 de agosto de 1942.
Imprescindibles (VI). Extraído de Poesía acmeísta rusa (Madrid: Visor, 2001). Traducción de Amaya Lacasa y Rafael Ruiz de la Cuesta. Fotografía: Peterhof, cerca de San Petersburgo, en 1945.