Presentación de ‘Diapausa’ en el Agosto Clandestino

Amigas, me alegra mucho contaros que el pasado jueves, en el marco de la 21.ª edición del festival Agosto Clandestino. Poetas en La Rioja, se presentó mi libro-poema Diapausa (Ediciones del 4 de agosto), un trabajo que adelanta parcialmente la poética de mi próximo libro mayor, titulado Flores a oscuras y que completará la serie acerca de la belleza y la fragilidad de la que forman parte ya Las hogueras azules y Raíz dulce.

El libro consta de dos textos, el poema visual homónimo «Diapausa» y un poema-ensayo sobre la mirada en el arte titulado «Prosopoema de una tarde en Nikkō», además de ocho ilustraciones de Ana Rocío Dávila. Los trescientos ejemplares de esta edición especial llevan número, firma y una intervención única de Ana Rocío en tinta roja sobre las páginas 12, 13 o 14.

Os dejo a continuación el vídeo de la presentación, en la que participaron también Sonia San Román, que presentaba conjuntamente su poemario Una pequeña víbora disfrazada de diosa (Ediciones del 4 de agosto) y José Luis Pérez Pastor, poeta, profesor y consejero de Cultura, Turismo, Deporte y Juventud del Gobierno de La Rioja. Espero que lo disfrutéis.

Ediciones del 4 de agosto es un proyecto cultural sin ánimo de lucro, por lo que los libros pueden conseguirse (a menudo de manera gratuita) en los eventos que organizan en Logroño, Ferias del Libro y otros encuentros de interés literario y cultural. Para más información, podéis contactar con ellos a través de sus redes sociales (Facebook, Twitter e Instagram).

Por lo demás, pronto espero subir un vídeo a mis propias redes leyendo el libro íntegro para quienes no puedan adquirir un ejemplar impreso. Os dejaré más noticias en mis propias redes.

Madrid, 17 de agosto de 2025,
JFR

‘Raíz dulce’. Un año después

Siempre que termino un libro me sucede una especie de afasia. Me pasó tras la publicación de Canícula (su primera versión, en 2016), me pasó con Las hogueras azules (2020), que apareció en plena pandemia y tuvo una recepción que yo jamás habría podido anticipar, y me ha pasado también con Raíz dulce, aunque quizás con más intensidad que en las ocasiones previas, como supongo que lo prueba el hecho de que haya transcurrido casi un año desde su publicación sin que haya escrito nada sobre él en esta página. El pasado 12 de diciembre, sin embargo, y para mi sorpresa, se anunció que el libro había ganado el XXXV Premio El Ojo Crítico de RNE, por lo que empieza a resultar evidente que, dejando a un lado que yo sea un desastre para los anuncios, la afasia necesita solución inmediata.

Raíz dulce. Fotografía de María Sánchez.

Raíz dulce se publicó en Candaya a finales de enero de 2024. Salió con el número 31 de la colección Poesía, entre Perro fantasma, de José Daniel Espejo (2023) y Aunque me extinga, de Sofía Crespo Madrid (2024), que se anunció hace apenas algunas semanas. Sobre qué es o qué deja de ser exactamente, hay opiniones enfrentadas —y me consta que han surgido discusiones al respecto—, pero a mí me gusta hablar de él como un poemario que encapsula una novela.

Hay en el libro, por lo tanto, una historia; una sobre la que hasta ahora (y de allí viene en parte mi silencio, aunque no solo) he procurado no hablar, pues me parece que una buena parte de su encanto, o por lo menos de su funcionamiento en tanto que obra artística, reside justamente en adentrarse en él a ciegas. Aquí me limitaré a decir, como ya he adelantado en las presentaciones y las entrevistas de estos últimos meses, que se trata de un relato cimentado en numerosas experiencias personales, y aun así ficcional, y que acontece entre un pasado tan próximo y un futuro tan cercano que se podría decir que lo narrado está pasando hoy.

Independientemente de su historia, Raíz dulce es un dispositivo literario —me apropio de esta expresión que Ernesto García López empleó en la presentación de Getafe— que pretende invitar a la lectora o al lector a reflexionar acerca de tres cuestiones principales: (1) hasta qué punto nuestra identidad, como individuos, depende de eso que llamamos memoria y en qué grado es esta maleable ante la fuerza y las presiones del deseo; (2) qué es en realidad eso que llamamos poesía y qué la diferencia de otros modos de expresión, y sobre todo (3) la esencial fragilidad de la existencia humana y la naturaleza inseparable de la vida, el amor y la muerte.

Como también he declarado en varias ocasiones desde que se publicó el libro, cualquier otra inferencia interpretativa por mi parte, como autor de la obra, me parece perjudicial, así como cualquier aclaración acerca de qué elementos de la historia son biográficos y cuáles ficcionales. En definitiva, es por esta razón por la que me he negado sistemáticamente a responder ciertas preguntas, dejando que sea el lector el que medite hasta qué punto, como Eduardo Ruiz Sosa me dijo una vez, «todo es ficción desde el momento en que está escrito» y, en última instancia, la verdadera poesía es antibiográfica, como dejara escrito en sus apuntes Paul Celan.

Ejemplares de la primera y segunda edición de Raíz dulce, aparecidas respectivamente en enero y en mayo de 2024. Arriba a la derecha, el marcapáginas que acompañó a la salida del libro en enero. A la izquierda, una rosa blanca seca y, sobre el ejemplar de la segunda edición, un pez de jade en referencia al apodo con el que Cris, una de sus amigas de la adolescencia, solía referirse a N.

Por fortuna, y a pesar de mis silencios, el libro ha recibido apoyos por parte tanto de los lectores como de la crítica. La segunda edición, de hecho, apareció en el mes de mayo, solo tres meses después de su publicación. Entretanto, mis editores y yo lo presentamos en Madrid, Getafe, Sevilla, Málaga, Granada, Santiago de Compostela y Berlín, y después del verano en Murcia, Valencia y Alicante. En todos estos sitios me acompañaron escritores y amigos estupendos —Mónica Ojeda, el ya citado Ernesto García López, mi hermano Enrique Fuenteblanca y Braulio Ortiz Poole, Virginia Aguilar Bautista, Rosa Berbel, Chus Pato, Raúl Gil, José Daniel Espejo, Francisca Pageo y Sara J. Trigueros, respectivamente—, cuyas interpretaciones del texto, sin excepción, me han parecido de una inteligencia y de una originalidad abrumadoras. También lo han hecho las lecturas críticas, empezando sin duda por el hermoso epílogo que dedicó a la obra Chus Pato, recién galardonada con el Premio Nacional de Poesía, y siguiendo por reseñas tan iluminadoras como las que le han dedicado, entre otros, Vicente Luis Mora, Túa Blesa o Adrián Viéitez.

Presentando Raíz dulce en La Carbonería de Sevilla con Enrique Fuenteblanca y Braulio Ortiz Poole. Trajo los libros La Fuga Librerías. Fotografía de Jaime Tuñón.

A todo esto se suma la atención mediática que ha despertado el poemario, que ha desfilado ya por algunos de los mejores programas culturales españoles, como La estación azul, A la luz del pensar o Biblioteca pública, en la radio, o Página 2 en la televisión.

Por mi parte, no puedo estar más que agradecido por tanto cariño y atención, que se suman a los que ya recibieron mis libros anteriores y a los que, desde mayo, han canalizado también la primera antología de mi obra, Lento relámpago, memoria (aparecida en Nautilus como conmemoración de mi paso por el Festival Internacional de Poesía de Aragón) y, más recientemente, la Poesía selecta de Federico García Lorca aparecida en Alba con ilustraciones de Sara Morante y prólogo de mi autoría titulado «Lorca, la fuerza, el límite y la imaginación».

La noticia del Premio El Ojo Crítico, en fin, cerró un año de ensueño y repleto de emociones que le debo, además de a la poesía, a mis lectoras y lectores y a mis queridos editores de Candaya, Olga Martínez Dasi y el ya mencionado Eduardo Ruiz Sosa, que creyeron en el libro y lo ayudaron a nacer, además de a nuestro tan añorado Paco Robles.

Gracias a todos vosotros por hacer de Raíz dulce lo que es hoy.

Madrid, 12 de enero de 2025,
JFR

Ejemplares de las primeras ediciones de Lento relámpago, memoria (Antología 2013-2023) (Nautilus, 2024) y Poesía selecta, de Federico García Lorca (Alba, 2024).

Un año de hogueras azules

Las hogueras azules recomendado en La Central (junio de 2021).

A principios de esta semana, mientras echaba cuentas para otros asuntos en la editorial, me di cuenta de que acaba de cumplirse un año de la llegada a librerías de Las hogueras azules. Era julio de 2020 y el fruto de casi tres años de trabajo se materializaba en un librito de 112 páginas, con la cubierta azul hielo e ilustrada por la rama de un cerezo de Wang Mian, 57 poemas, un epílogo y un fantástico prólogo de Ana Gorría.

Las circunstancias de salida del libro, sin embargo, eran bastante difíciles. No solo acabábamos de atravesar el peor momento de la pandemia, sino que esta, además, había obligado a retrasar su lanzamiento varios meses y supuesto un sinfín de complicaciones para la editorial, las librerías y todos los que trabajamos en el mundo del libro, que habíamos observado con angustia desplomarse las ventas durante el mes y medio del confinamiento estricto y animábamos tanto como podíamos a los lectores y lectoras a apoyar al sector. Por todo ello, tanto mis editores como yo éramos conscientes de que el libro saldría con la suerte echada, y pensábamos que, a pesar de todo nuestro esfuerzo y cariño, nos podríamos considerar afortunados si, en mitad de aquel caos, Las hogueras conseguía atraer un poco de atención y llegar a las manos de un puñado de pocos pero atentos lectores.

Y es que jamás podría haberme imaginado —y menos aún en esas circunstancias— hasta qué punto un libro como este, tan personal y separado de lo que estaban publicando otros poetas de mi edad, iba a ser una fuente de alegrías y de nuevos lectores, a generar tantas reacciones entusiastas, a aparecer (arrastrándome a mí consigo) en publicaciones como The Objective, El País, Las librerías recomiendan, Zenda, La Razón o El Diario de Sevilla entre otras tantas, o en programas de radio como El Ojo Crítico de Radio Nacional o Tres en la carretera, de Radio3. Tampoco podía imaginar, ni mucho menos, que serían tantas las personas que me escribirían por redes sociales o que me abordarían en persona para hablarme de lo importante que la lectura había sido para ellas, o de lo mucho que habían disfrutado de su tono calmado cuando el resto del mundo no paraba de gritar… Ni que todas estas cosas llevarían a que el libro se reeditase apenas seis meses después de salir a la venta y a que se siga vendiendo y leyendo ahora mismo, doce meses más tarde.

Por último, tampoco podría haber esperado el cariño y la generosidad de tantos escritores y escritoras que, sin dedicarse a la crítica como tal, han regalado palabras de elogio a Las hogueras azules, como Ana Gorría, Mónica Ojeda, Alejandro Palomas y Ariadna G. García, entre otros muchos, o que han apoyado tanto y tan desinteresadamente mi poesía como lo han hecho Gonzalo Torné, Luis Magrinyà, Luna Miguel, Ben Clark o Irene Vallejo, que incluyó como encabezamiento de su epílogo a la decimonovena edición de El infinito en un junco mi «Poema para los techos de una cueva».

Como he contado ya en varias ocasiones, empecé a escribir Las hogueras azules como una serie de ejercicios que me ayudaban a despejarme de la escritura de un poemario anterior. Se trataba de un libro que nunca llegué a titular, pero cuya escritura me ocupó todo el año 2017 y los primeros meses de 2018, y que finalmente abandoné después de un largo y doloroso proceso creativo que me llevó a enfrentarme a algunas de las facetas más oscuras de mi propia persona. Fue algunos meses después de dejarlo cuando advertí que aquel cuaderno de ejercicios —en realidad era un archivo punto doc llamado «Variaciones sobre forma oriental»—, aquel refugio al que acudía cuando necesitaba acendrar el lenguaje o dar espacio a la imaginación, era poesía.

Y es que, para mí, la escritura es en gran parte una restitución. Devolver el lenguaje a su tiempo adecuado, que no es otro que aquel que permite decir. Así, el sentido, el tiempo y el lenguaje se armonizan; adquieren la forma estable del poema y, con ella, la sorprendente cualidad de ser también legibles para otros.

Los últimos doce meses han sido de lectura, escritura y reflexión. En especial desde que decidí cerrar temporalmente mi cuenta de Twitter. He escrito más de la mitad de un libro nuevo, que, aunque avance despacio, lo hace a ritmo constante y con pisada firme. También he traducido mucho —hasta la fecha más de setenta poemas— para un proyecto editorial precioso que verá la luz el año próximo y que, aunque todavía no puedo dar detalles, estará dedicado a la poesía de Japón. Por lo demás, continúo trabajando, como siempre, en la edición de clásicos y humanidades, y cada día disfruto de la inmensa suerte que supone cuidar con humildad de la buena literatura.

Para todas aquellas y aquellos que habéis leído Las hogueras azules, no tengo más que palabras de sincera gratitud, así como para mis maravillosos editores de Candaya. Saber que los poemas son leídos, que acompañan, que incluso son capaces de llevar emociones a otros cuerpos o erizar otra piel, es impagable.

Como decía Lu Ji, «lo inmenso en un mínimo pliego de seda».


Madrid, julio de 2021,
JFR