I
En nada me interesa que seas sabia. Sé bella, y sé triste, que el llanto agrega al rostro la hermosura como el río al paisaje, la flor rejuvenece en la tormenta.
Te amo sobre todo si lo alegre se aleja de tu frente sometida, cuando tu corazón en el horror se ahoga, cuando sobre el presente se desploma la nube del rubor de tu pasado.
Te amo cuando tu gran ojo vierte un agua como sangre, cálida; cuando, a pesar de mi mano meciéndote, tu angustia, tan pesada, te penetra como el gemido de alguien que agoniza.
¡Respiro, voluptuosidad divina, himno profundo y delicioso, cada sollozo de tu pecho y creo que se te enciende el corazón en las perlas vertidas por tus ojos!
II
Yo sé que te rebosa el corazón de amores viejos ya desarraigados, que aún, como una forja, sigue en llamas, y sé que bajo el pecho, todavía, rescoldas el orgullo de un maldito;
mas hasta que tus sueños, vida mía, no hayan reflejado el mismo Infierno, hasta que en pesadillas sin descanso, alucinando espadas y venenos, enamorada del metal y el polvo,
abriéndole con miedo a cada hombre, en todo comprendiendo la desgracia, convulsionándote si dan las horas, no hayas tú sentido los abrazos del Asco irresistible,
jamás podrás, esclava reina, que tan solo me amas en el miedo, en el horror de la noche malsana, decirme, el alma llena de chillidos: ¡yo soy tu igual, mi rey!
El original (y una versión inglesa) aquí.